domingo, 7 de agosto de 2022

EL CORONAVIRUS

 








Estaba todo el mudo,

cada uno a su faena,

se ha presentado una peste

invadiendo toda la Tierra.

El coronavirus ha salido

de la China, la primera,

pero no se ha quedado allí, 

que ha recorrido toda la Tierra.

A España ha tardado en llegar,

pero ya ha llegado aquí,

como era natural.


El mundo está acobardado

sin saber lo qué hacer;

pues, no tiene los medios

para al virus vencer.

Están todos los gobiernos,

de la Tierra que habitamos,

sin saber lo qué hacer;

cada uno tiene su forma

para el coronavirus vencer,

y no es nada fácil

a ese bichito vencer.


En España, su gobierno,

ha acordado poner 

el estado de alarma

para el virus contener:

han cerrado todos los bares,

los comercios y las industrias;

y control en carreteras,

en los pueblos, en las ciudades;

para que la gente este en casa

y no salgan a la calle;

y, si algún rebelde se sale

y no quiere estar en casa,

le ponen una multa

la policía o los guardias.

Todos metidos en casa,

como si estuviéramos arrestados,

porque le tenemos miedo

a ese bichito tan raro.


Los niños están en casa,

y están amedrentados,

viendo a sus padres

también en casa encerrados.

El coronavirus

a todos desprevenidos ha cogido,

nadie esperaba un virus

que cogiera a todo el mundo,

toda las gentes con mascarilla

en la cara llevan puestas,

unas las han comprado

y otras las hacen de telas;

todas valen y no valen...

hay una confusión incierta,

pues la corona infernal

nos ha cogido de sorpresa.


Los hospitales están,

todos están, preparados

para cuidar a las personas

que han sido contagiados;

los médicos y enfermeras,

día y noche, trabajando.

Si antes tenían trabajo,

ahora se ha multiplicado.

Los policías y los guardias

por las calles y carreteras,

todo el día patrullando,

porque siempre hay personas

que siempre van al contrario:

son personas posesivas,

que no quieren ser mandados,

y para que hagan

lo que hace todo el pueblo,

tienen que ser sancionados;

y cuando le ponen la multa,

se ponen alborotados,

como si la ley

estuviera de su lado.


Los pobrecitos ancianos

son los más afectados,

pues en algunas residencias,

el virus allí ha entrado,

pagando con sus vidas

algunos pobres ancianos

los han ido, la tiene

todas las autonomías;

y, a los pobres ancianos,

unas los tratan bien

y otras no les hacen caso.

Aunque estén contagiados,

hay personas que no debían

estar en los altos cargos, 

pero las elige el pueblo,

y dicen que el pueblo es sabio;

por eso, hay que aguantar

aunque nos equivoquemos

los próximos cuatro años;

para eso es la democracia, 

para que el pueblo

elija los altos cargos,

y lo pensemos muy bien

para no equivocarnos.

No se eligen porque sean buenos

o porque lo hagan bien o mal,

se eligen porque en la cabeza

tenemos un ideal.


Por Cecilio Clemente Rivera

sábado, 11 de abril de 2020

UN CONVOY POR EL DESIERTO



Ancho el horizonte,
doquier la mirada,
no hay promontorios
no hay hondonadas.

El río de arenas,
las dunas la escarpa,
así es la entrada
en el gran desierto,
desierto del Sahara.

A primeras luces
de la madrugada
se interna el convoy,
las horas pasan,
el paisaje aquel
no cambia, no cambia.

Ya en pena estepa,
a media montaña,
una densa bruma
ve la mirada.

Furioso el siroco,
sopla y arrastra,
montañas de arenas
que azota la cara;
aunque a duras penas
el convoy avanza,
el motor se impone
y sigue la marcha.
La naturaleza
inhóspita ingrata
ha sido vencida
por su rival, la máquina.

Cesa la tormenta,
renace la calma,
surge el espejismo
de maravillosa estampa.
Árboles que a lo lejos
parecen formar
un bosque frondoso
y un verde jaral,
pero son leñosos,
de raquítica altura,
sin verde, sin ramas,
y que están sin vida.
Así también,
cual largo desplante
brilla la planicie
tal si fuera agua;
pero al acercarnos
la ilusión se borra,
la realidad se encarga
de desengañarnos,
aunque así parezca
no todo está muerto.
La vida aletea,
aquí en el desierto,
de entre las matas
de espinosas garras
huye espantada
huye la gacela,
oyó el zumbido
del ronco motor
cual león hambriento,
fuera a darle caza,
corre muy veloz
y luego se para,
se pone a excavar,
a ver lo que pasa.
Otro habitante
es la gran gallina,
o es el faisán,
o como se llame
se os sorprende a menudo,
nunca en solitario,
empezando el vuelo,
siempre emparejado;
así muchas horas
y kilómetros devorados.

El sol del desierto
nos hace pedazo
y al anochecer,
oscuro macizo,
no es todo llano;
y desde muy lejos,
a mucha distancia,
se ve un emblema,
emblema muy blanco,
entre aquellos montes,
que sin pérdida de tiempo
y por el mismo itinerario,
a la base de partida,
el convoy ha llegado.

Por Cecilio Clemente Rivera

lunes, 19 de agosto de 2019

LOS BORRACHOS













Dos borrachos
se juntan en una taberna,
en una taberna del barrio,
y van tan alumbrados
que no veían a un burro a dos pasos.

La lengua se les enredaba,
y daba pena verlos,
aquello era un cuadro,
discutiendo entre ellos,
y se querían pegar,
pero no podían hacerlo,
tenían una borrachera
que no se tenían injiesto.

Aquel día discutían,
y era la risa,
de los que que estaban 
viendo.

Se pregunta el uno al otro,
dónde estaba viviendo:
"¿Tú dónde vives?"
Le ha preguntado al más viejo,
y le ha contestado:
"Yo vivo en este barrio"
"¿Y tú dónde vives,
tú que eres forastero?
"Yo también vivo aquí"
"Yo a ti nunca te he visto,
yo te creía forastero.
¿Qué número tiene tu casa?"
"El número cincuenta y tres"

Y el otro borracho,
le contesta enseguida...
"En ese número vivo yo,
eres un embustero"
Y se han ido a las manos,
y los dos se caen al suelo,
todos los que estaban viendo,
que estaban en la taberna,
no aguantan más de risa,
viendo aquella faena,
pues los conocían bien
y sabían dónde vivían...
pues eran padre e hijo,
pero con la borrachera...
ellos no se conocían.

Por Cecilio Cemente Rivera